domingo, 24 de abril de 2011


Imagínate que un día te dieran 1440 euros, poniendo sólo una condición: consumirlos todos en 24 horas. Tienes que acabar con ellos, pero no vale regalarlos, ni guardarlos, ni tirarlos, ni esconderlos, ni cambiarlos. Aprovéchalos.

Inmediatamente te pondrías a pensar en qué gastarlos. Y podría resultar hasta sencillo el primer día. Pero al día siguiente volverán a regalarte 1440 euros. Y a ponerte las mismas condiciones. Y al próximo día te volverán a dar la misma cantidad, y al otro, y al de más allá. Hasta que llegue a convertirse en una rutina algo compleja. Y, como en toda rutina, siempre pensamos que al día siguiente habrá más. Y gastamos por gastar. Se nos olvida que nos dan esos 1440 euros para aprovecharlos todo lo que podamos en veinticuatro horas.

Ahora, cambiemos la palabra euros por minutos.
Todos los días tenemos a nuestra disposición 1440 minutos. Y no podemos venderlos, ni cambiarlos, ni regalarlos, ni tirarlos, ni esconderlos. Tenemos que aprovechar ese tiempo, nuestras veinticuatro horas del día. Es nuestra vida, un regalo. Cada uno de esos minutos no podemos regalarlo, pero sí dedicárselo a otras personas. No podemos guardarlo pero sí invertirlo en buenas acciones. No podemos tirarlo ni esconderlo, porque estaríamos desperdiciando la vida y, a decir verdad, no sabemos si al día siguiente volveremos a tener la misma oportunidad.

Porque vivir no debería convertirse en una rutina para ninguno de nosotros.
Tenemos cada día mil cuatrocientos cuarenta minutos para decir sí a la vida.

Para arriesgar.
Para ser mejores segundo a segundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario